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En plena incertidumbre, el mito nos permite indagar en lo incomprensible, nos permite detener el tiempo, observar el mundo desde una nueva perspectiva, y desde esta atemporalidad intenta dar forma a lo invisible. En este artículo, Michael Gadish, artista i narrador, coincidiendo con la reapertura de la Fundació Joan Miró y con la presentación al público de la exposición de Nalini Malani, nos acerca al concepto del mito a través de la tradición india. Michael Gadish combina la investigación sobre el sánscrito y el hebreo, la mitología, la religión y el arte, y desde 2015 organiza performances sobre historias sagradas de la India. 

29_06_2020

El lenguaje de lo invisible

La mitología es un lenguaje que liga lo conocido con lo desconocido: nuestro cuerpo, nuestras emociones y nuestros pensamientos se encuentran en constante transformación, como también lo está nuestro entorno. La realidad es como una masa oscilante de renovación continua y la función de todo lenguaje es proyectar patrones hacia esta realidad en transformación, ofrecer  puntos de apoyo referenciales. Reconocemos que tras el día viene la noche y que la luna será un poco más pequeña o un poco más grande. Cuando aspiramos, llega un momento en el que no cabe más aire en los pulmones y, si lo expiramos, después tendremos que aspirar aire nuevo. Catalogar patrones como estos nos permite barajar elementos predecibles, pero todavía no sabemos cuántas noches más llegaremos a ver, si a la luna le quedan más secretos por revelarnos o qué es lo que aporta el oxígeno a nuestra sangre ni qué es exactamente eso que la sangre oxigenada aporta a nuestro cuerpo: eso que llamamos vida. Todos los referentes predecibles que compartimos entre nosotros son burbujas en el océano de la incertidumbre. El mito, como el arte, liga lo conocido con lo incomprensible. El mito usa el lenguaje (hablado, pictórico, musical) de toda cultura para referirse a lo indescriptible.

Los humanos nos movemos por dos mundos paralelos: el físico y el otro; el definible y el otro; el que se puede medir y el otro. Dos mundos que, aun siendo distintos, permanecen enlazados. Mientras estoy sentado escribiendo estas líneas no veo el resto de las habitaciones de la casa; las imagino, a partir de los recuerdos que tengo de ellas. Y cuando salgo a la calle no veo mi ciudad; veo una pared, un cartel que me llama la atención, un niño que pasa, pero la ciudad la imagino, a partir de mis recuerdos y de lo que he leído sobre ella. 

Cuando salgo a la calle y quiero llegar a una plaza, a otra ciudad o a ese lago escondido del que me hablaron, en aquel país lejano, necesito un mapa físico. Pero necesito otro mapa cuando pregunto por qué ir. Si pudiera elegir un sitio en el que estar en el mundo, ¿dónde iría y por qué? Cuando voy a una plaza, a una oficina, a encontrarme con quien sea, en cualquier lugar, camino sobre la tierra, pero también camino hacia mi destino. Camino a través del bosque de la confusión; nado entre los tiburones de los deseos, que muerden y arrastran hacia las profundidades arremolinadas del río de los sentidos. Mi cuerpo camina por un espacio físico, pero mi interior explora las cuevas de las serpientes astrales o circunvala los planetas de los dioses. La mitología es el mapa de esas regiones invisibles que transitamos al vivir. 

He aquí un ejemplo que ilustra los caminos que el lenguaje mitológico traza en lo invisible, sacado de la tradición india: 

La raíz vish, en sánscrito, reúne significados relacionados con el hacer, el actuar o el llevar a cabo. La palabra Vishnu, derivada de la raíz vish, es el nombre que recibe ‘el que lleva a cabo’. Y ¿qué hace ‘el que lleva a cabo’? Vishnu lo hace todo; es la acción misma; está en todas partes, y lo permea todo. De hecho, Vishnu es todo, porque todo es acción y movimiento. Y ¿qué es todo? Todo es una palabra que expresa algo que en el fondo no comprendemos. Eso que llamamos todo es una realidad fluctuante, inasible e inconcebible. Estamos en el todo, pero ¿dónde termina el todo? ¿Qué lo delimita? El todo es, en cierta manera, sinónimo de lo desconocido. 

La tradición dice que Vishnu duerme y sueña aquello que él mismo lleva a cabo. Sueña todos los mundos. Mientras sueña, del ombligo de Vishnu brota el tallo de una flor de loto, que crece y se abre desde todas partes y hacia todos los lugares. Los pétalos del loto son las ocho direcciones; los pétalos de este loto son todos los pliegues de la realidad.

En el centro del loto está Brahma, que podríamos traducir como ‘el crecimiento’ o ‘la expansión’. De la mente de Brahma (la expansión cósmica) nace la consciencia, representada por unos sabios que van vestidos con cortezas de árbol. Ellos cuidan el conocimiento y viven en las estrellas. Del brillo que emanan las estrellas nacen los dioses luminosos, los deva (de la raíz div ‘brillar’, ‘lanzar’, ‘impulsar’ o ‘deslumbrar’). Estos brillantes hijos de la libertad se dividen entre el amanecer, las aguas del inconsciente, las nubes, el viento que las impele, la amistad, la confianza, el atardecer, la luna y las constelaciones. 

Y los deva tienen un rey que los dirige. Su nombre es Indra, de la raíz ind ‘descender’. Indriya ‘los que son de Indra’ o ‘los que están a favor de Indra’ es el nombre que reciben en sánscrito los cinco sentidos. Indra es el dios de la lluvia, y hace que lluevan los sentidos desde los mundos de los dioses, porque los sentidos son un río arremolinado que baja del espacio estelar. La brisa que sentimos sobre la piel, los aromas que nos envuelven, los colores que ve nuestra mirada y los sonidos que llegan de lejos son las fluctuaciones del cauce de la realidad, que es el néctar que rebosa de la flor universal. Esa flor que brota en todas partes y está enraizada en el todo.

Lo más cercano, la brisa que acaricia mi piel, está unido al origen de todo: el insondable abismo de lo desconocido, que es el abono del cual brota la realidad. 

Ninguna mitología tiene nada de irreal. La mitología, igual que el arte, es el lenguaje que usamos para representar las tierras invisibles que transita nuestro interior. 

 

Ilustraciones: Michael Gadish

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