Su museo

Espai 13

Ciclo
Autor
Mireia c. Saladrigues
Fechas
Comisariado
Karin Campbell

En 1737, el Salón se convirtió en una cita obligada de la vida cultural parisina. Celebrada cada dos años, esta exposición pública y gratuita cambió para siempre la producción y la recepción artística en la capital francesa. En 1985, el historiador de arte Thomas Crow afirmó que el nacimiento del Salón significó también la aparición de un público totalmente nuevo, un público impredecible, heterogéneo y con opiniones propias. A medida que aumentaba la popularidad del Salón, el mundo del arte fue tomando consciencia de la distancia que existía entre lo que las exposiciones querían representar y la manera como se ponían en práctica, una tensión que podría decirse que aún es vigente hoy en día. Tal y como Crow sostiene:   [El Salón] era de índole colectiva, y sin embargo la vivencia que pretendía fomentar era íntima y personal. En la exposición pública moderna, a partir del Salón, se espera de los visitantes que compartan una cierta comunidad de interés. Qué suerte de comunión pueda darse de hecho en ese contexto constituye una cuestión mucho más escurridiza[1]   Uno de los motivos que hacen que esta “comunión” sea tan difícil de determinar es que tanto los espectadores como las instituciones (el Salón del siglo XVIII, los museos de hoy en día) son los responsables de modelar una identidad compartida por el público. Al visitar una exposición, los individuos se añaden deliberadamente a un grupo de personas definido por su interés por el arte. A su vez, la institución anfitriona que une físicamente la comunidad expositiva, también fija las normas que dictan qué comportamientos son aceptables y cuáles censurables. Estas normas, surgidas en el Salón de la idea que ver arte era un acto privilegiado, sirvieron para tranquilizar a los patrones bienestantes, alarmados por un compromiso social sin precedentes entre personas de diferentes clases.    Los códigos de conducta normalizados que nos ha legado el Salón se han mantenido con fuerza en las prácticas contemporáneas de los museos, a pesar de los intentos de muchos artistas desde mediados del siglo XX de interrumpir e incluso acabar con este tipo de conducta formal y regularizada en las exposiciones. Al rebelarse en contra de la seriedad del “cubo blanco” del museo, los artistas han sacado a relucir una cuestión con la que muchos visitantes de los Salones bien hubieran podido identificarse: que dentro de los museos la gente se ve obligada a alejarse de su zona de confort porqué se espera de ellas que acaten ciertas normas. Invitando al espectador a participar en su proceso creativo, los artistas pueden aprovechar el impulso humano de actuar como seres sociales y comunicarse al reunirse con un objetivo en común. Su museoaborda como un contexto expositivo instiga ciertos tipos de comportamiento y como éstos pueden llegar a confundirse por el carácter impredecible de la interacción social. El proyecto comienza con un único objeto: un libro escrito por un individuo que ha pasado gran parte de su vida adulta observando cómo los otros interactúan con el arte. Pero este libro es sólo una parte de la historia. El resto tiene que descubrirlo cada uno por su cuenta.     Karin Campbell, comisaria. El fin es de donde partimos Ciclo de exposiciones en Espai 13 (2011-12)  


[1] Crow, Thomas E. Pintura y sociedad en el París del siglo XVIII. Madrid: Nerea, 1989.