Joan Miró. 1956-1983. Sentimiento, emoción y gesto

Exposición temporal

Fechas

A partir de 1956, cuando Miró puede por fin trabajar en el taller que acaba de construir el arquitecto Josep Lluís Sert, su obra experimenta importantes cambios. En un primer momento, debe abandonar temporalmente la pintura. Está de pleno dedicado a la realización de los murales de cerámica para la UNESCO, que se inaugurarían en 1958. Pero debe, además, acomodarse al magnífico espacio creado por Sert.

Miró inicia una etapa de revisión de creaciones suyas de épocas precedentes. Hace un repaso de los dibujos preparatorios acumulados en el curso de los años. Algunos los destruye, otros le servirán como punto de partida para nuevos proyectos.

La especial relación con la obra de gran formato, que Miró había experimentado con los murales de cerámica y con la pintura mural realizada anteriormente, puede repetirla ahora en el nuevo estudio. Las dimensiones del taller le facilitarán en lo sucesivo el trabajo con grandes formatos en pintura.

Otro acontecimiento determinante en la producción de Miró en esta etapa de madurez lo constituyó su primer viaje a Japón, en 1966. Si bien ya había recurrido con frecuencia al color negro como un elemento esencial en la definición del dibujo de sus composiciones, a partir de ese contacto con Japón, el negro mironiano adquiere una especial relevancia. A veces será el protagonista de la obra, y recuerda el gesto caligráfico; otras veces se convertirá en el exponente de una manifestación furiosa, llena de rabia y de agresividad. Probablemente el ejemplo más claro de esta versión es la acción de Miró, en 1969, en el Colegio de Arquitectos de Barcelona, con motivo de la exposición “Miró otro”.

Con esa curiosidad innata que le llevó a explorar incesantemente nuevos caminos, Miró empleó el fuego, que tan bien conocía después de haber trabajado la cerámica, buscando texturas inéditas y nuevas formas en las pinturas y en los sobreteixims. Así mismo le sirvió para expresar su disconformidad con respecto al mercantilismo artístico y sus paradojas.
Irónico, inquietante, libre, con pleno dominio de los campos de color y del gran formato, o violento y agresivo con el negro, Miró, en la última etapa de su vida, se manifestó, como siempre había hecho, a través de su obra. Ya lo había dicho a finales de los años veinte, cuando habló de "asesinar" la pintura: que era esa la única arma de que disponía. Fue, también, la herramienta de la que se sirvió, en su madurez, para pronunciarse en favor de la justicia, o para colaborar en una iniciativa humanitaria. Pero eso no supuso un obstáculo para que la creación de Joan Miró conservase hasta el final la carga poética que la caracteriza.