Fe y entusiasmo
Antonio Ortega
22 de enero - 29 de febrero
En su trabajo, Antonio Ortega (Sant Celoni, 1968) se interesa por los comportamientos y las dinámicas sociales. A menudo elabora «registros» que, con una estrategia similar a la de las fábulas, toma referentes fácilmente reconocibles a fin de retratar o ejemplificar situaciones. Así, en Registro de Ahilamiento (1996) hizo crecer una planta dentro de un tubo largo de cartón, de modo que, al quitar el soporte, la planta colapsó; en Registro de Esponsorización (1999-2000), utilizó el presupuesto de producción de su exposición en Barcelona para patrocinar a una cerdita inglesa, llamada Lucy, a la que se proporcionó atención, comida y asistencia veterinaria durante un año; en Registro de Bondad (1999), el artista se provocó vómitos que guardó en un bote y dejó en el jardín de su casa en Londres, donde los pájaros iban a comérselos. Como muy bien ha escrito David G. Torres, «son registros en los que la excepcionalidad aparece a un milímetro de distancia de la futilidad. En ese milímetro se sitúan sus trabajos (…). El documento, aparentemente anodino y simple retrato de una experiencia llevada a cabo por Antonio Ortega, tiene la capacidad de desplegarse intensamente en el campo del sentido». En los tres casos, el comportamiento, la reacción y el papel de plantas y animales se convierten en retratos o proyecciones de nuestros propios comportamientos de adaptación, sumisión o asunción de los prejuicios implícitos en los actos de generosidad.
Desde una actitud naíf, que lo aleja de cualquier tipo de cinismo, Antonio Ortega observa, desde la perplejidad y la duda permanente, los mecanismos que definen las dinámicas de la producción artística y su papel en la sociedad. En Antonio Ortega and the Contestants (2002), por ejemplo, transformó lo que inicialmente era su exposición individual en The Showroom, en Londres, en una muestra colectiva en la que pudieron participar cinco artistas recién salidos de la Facultad de Bellas Artes de Barcelona. Con esta propuesta, ponía en evidencia las dinámicas de producción en arte, mimetizando las estrategias de promoción de otros ámbitos de la cultura pop, al tiempo que exploraba las nociones de autoría y la naturaleza jerárquica y competitiva del mundo del arte.
Fe y entusiasmo parte de una reflexión que lleva tiempo ocupando a Ortega: la constatación de como solo el éxito puede hacer que un artista no parezca un ingenuo. Él mismo lo contaba en una conferencia que realizó en marzo de 2002 en CaixaForum: «(…) Creo que no hay nada más patético que un artista visual, o un cantante o un actor, que no haya logrado el éxito, porque solo una dosis de éxito puede neutralizar la sensación de ingenuo de un artista entregado de lleno en su carrera. Si todavía tienen alguna duda, pueden seguirme en el siguiente ejercicio: pongan “mute” al éxito de algún artista de fama planetaria. Piensen en cualquier artista de prestigio e imagínense que solo muestra su trabajo a sus padres, ya mayores. Los domingos va a comer a casa de sus padres, con su familia, y, después del café, les enseña sus últimos proyectos artísticos (…) No sé ustedes, pero, cuando yo escribía esto, me imaginaba Joseph Beuys, muy digno y pausado, recogiendo en una bandeja los coágulos de grasa pegados a las paredes del comedor de papá y mamá Beuys. Por eso, acepto mi condición de naíf (…)».
Fe y entusiasmo observa el panorama mediático actual, que genera una serie de personajes que se convierten en arquetípicos en su representación de valores y caracteres estereotipados. En nuestro país, las televisiones han creado un nuevo género, híbrido entre el reality show y la telenovela, en el que las vidas y peripecias de estos personajes pueden ser seguidas, comentadas y evaluadas éticamente, dado que, de forma automática, sitúan al público en una posición de superioridad. Los personajes que pueblan este universo mediático actual ya no son personajes públicos (famosos) por su actividad profesional, sino que las vicisitudes de su vida privada se han convertido en su profesión. Alcanzar la fama a cualquier precio y mantenerla es una de sus principales consignas. Fe y entusiasmo se fija en una de estas artistas, Yola Berrocal, paradigma de la construcción de un personaje y definida por Antonio Ortega como la «verdadera musa del entusiasmo» convencida de su talento artístico. Con Berrocal, Antonio Ortega comparte la fe (en su trabajo y sus posibilidades de éxito) que lo aleja del cinismo.
En Fe y entusiasmo, Ortega propone una mirada entomológica a este universo mediático. Su proyecto consiste en la creación de una oficina de captación de fondos para la realización de una figura de cera de Yola Berrocal. En nuestro presente mediático tener una figura de cera es un indicador simbólico del más alto estatus de la fama. No ha sido hasta recientemente que, por ejemplo, Madonna ha obtenido este reconocimiento. La oficina que propone Antonio Ortega la dirigen un educador artístico y comisario independiente, David Armengol, y dos estudiantes del último curso de Bellas Artes, Lucía Moreno y Eva Noguera. La tarea de este equipo consiste en establecer contactos, realizar propuestas e intentar conseguir financiación en forma de esponsorización para que el objetivo, la realización de una figura de cera de Yola Berrocal, se haga realidad.
Con un ligero desplazamiento en lo que respecta al objetivo y al contexto, la oficina reproduce exactamente las estructuras de producción y comunicación del arte contemporáneo. Antonio Ortega utiliza referentes que podemos reconocer fácilmente, pero con los que podemos tener la distancia necesaria (una planta, la cerdita Lucy, los pájaros de su jardín en Londres, los gags de Faemino y Cansado, Yola Berrocal…) para plantear situaciones que hablan directamente de nosotros y nuestras experiencias. El humor con el que nos acercamos a unas historias que parece que nada tienen que ver con nosotros se transforma en una terrible incomodidad cuando descubrimos que las fábulas que nos cuenta Antonio Ortega hablan de todos nosotros. Solo desde una actitud naíf, el artista puede poner en duda, ciertamente, nuestra propia realidad y los valores que creemos absolutos.
Montse Badia
Enero de 2004 |