Terror y seducción

Espai 13

Ciclo
Autor
Chiho Aoshima
Fechas
Comisariado
Hélène Kelmachter

Muchachas atadas y colgadas de los árboles, vegetación lujuriosa, colores tornasolados, el universo de Chiho Aoshima es un tejido de contrastes, entre el ensueño y la pesadilla, entre el terror y la seducción. La tercera exposición del ciclo “¡Kawaii! Japón, ahora”, dedicado a la joven creación contemporánea japonesa, muestra obras de una de las artistas más prometedoras de su generación.

Chiho Aoshima es una chica alta, silenciosa y misteriosa, a la que le agrada pasear entre ruinas, edificios abandonados y por los cementerios. Nacida en 1974 en Tokio, al terminar el bachillerato decidió visitar Angkor, un lugar que la fascinaba desde la adolescencia y que, aún hoy, estimula su imaginación. A su regreso, estudió economía, pero, tras licenciarse, renunció a esa vía y optó por la creación artística. Más que de los tubos de pintura y la tela, se sirve de la paleta gráfica y de la pantalla de ordenador para crear obras de colores ácidos, con una precisión impresionante, que introducen al espectador en un mundo onírico y sorprendente. Takashi Murakami descubrió pronto a esta joven, genio del diseño por ordenador, sin rival a la hora de mover líneas vectoriales. La contrató como ayudante, y le confió la tarea de traducir todos los bocetos preliminares y dar vida a las obras en la pantalla del ordenador, antes de pasarlas a tela. En la actualidad, Chiho Aoshima sigue siendo parte integrante del equipo de Kaikai Kiki Corporation, la “compañía-taller” de Murakami. Paralelamente, desarrolla una potente obra personal que le ha abierto las puertas de las mejores galerías y museos de Europa y Estados Unidos y le ha reportado importantes encargos, como por ejemplo para el metro de Nueva York (2005) y el de Londres (2006).

Entre el horror y el erotismo

El universo de Chiho Aoshima aparece invadido por muchachas que acaban de dejar la adolescencia, y por insectos y reptiles, fluctuante entre imágenes oníricas y paradisíacas e imágenes de pesadilla y angustiosas. Se trata, no obstante, de una pesadilla seductora y de kawaii. Sus personajes se mueven por entre decorados de ciudades, de mundos acuáticos, de bosques y cementerios, indecisos entre el mundo de hadas de la infancia y la violencia de la realidad. Los edificios de la ciudad se convierten en siluetas fantasmagóricas y sobrecogedoras, las ramas de un cerezo florido brotan de un cráneo en descomposición, cuerpos de hermosas chicas ensangrentadas son aspirados por un remolino de colores vivos. En la obra de Chiho Aoshima, la seducción roza el terror, lo hermoso se confronta con lo repulsivo.

En sus obras, la artista revisa la estética japonesa tradicional, recurriendo a esa fascinante manera que une el refinamiento al horror, la belleza a la monstruosidad, la frescura de un cuerpo juvenil al erotismo sádico, pero siempre de un modo delicado, sin parecerlo... Frente a esas adolescentes desnudas, amarradas a árboles en flor, a esos cuerpos delicados e impúdicos, que se ofrecen en escenas que recuerdan las fotografías de Nobuyoshi Araki, otro gran adepto del bandage, el espectador dudará entre el predominio de la seducción o del malestar. En la serie Japanese apricot (2007), y en The fountain of the skull (2007), la presencia de flores de sakura, delicadas y efímeras y la blancura lisa de los cráneos evoca una vanitas de nuestros días. Chiho Aoshima revisa a su manera una iconografía tradicional, en que las formas del cráneo y el esqueleto aparecen recurrentemente, como en las estampas de Utagawa Kuniyoshi (s. XIX), donde un diablo adopta el aspecto de un gigantesco esqueleto.

Las adolescentes de Chiho Aoshima evolucionan a menudo en un mundo cercano al del Apocalipsis, como el que sirve de decorado a muchos manga, de Akira a Evangelion. La sombra de la guerra, la amenaza de catástrofes naturales, la promesa de un desastre ecológico, el accidente, los cuerpos asesinados o desmembrados: sus obras fusionan las angustias colectivas y los miedos individuales.

Espíritus y demonios

La pintura de Chiho Aoshima está habitada. Habitada por numerosos espíritus: los de las ciudades que se despiertan de noche, cuyos edificios cobran vida para convertirse en criaturas alargadas, moteadas de luz, que se estiran hasta tocar el cielo estrellado (A fleeting moment of hapiness). Por el espíritu del fuego, que se manifiesta en Fairies burning, donde llamas danzantes se elevan por encima de un cielo nocturno, lamiendo las alas de pequeñas criaturas con aspecto de hadas-campanillas. Las obras de Chiho Aoshima nos recuerdan que, en Japón, los espíritus –Kami– están en todas partes: en los susurros del viento, en el crepitar del fuego, pero también en el arroz que se come e, incluso, en el peine que se utiliza. La religiosidad forma parte de lo cotidiano, la espiritualidad convive con la normalidad. En Tokio, los templos son espacios abiertos, perfectamente integrados en el espacio urbano, y no es raro ver, por la mañana, de camino al trabajo, a un ejecutivo detenerse a rezar o a una mujer en kimono depositando una ofrenda. Las imágenes de Aoshima son, en ese sentido, muy reveladoras del espíritu de la cultura japonesa. Están arraigadas en las creencias y supersticiones tradicionales, aun cuando las reinterpreta desde una estética actual.

Del ordenador al zumo de palo santo

Quizá lo que más sorprenda de Japón al ojo occidental sea esa mezcla de tradición y modernidad presente a cada momento. Las muchachas, en la calle, con los vestidos más extravagantes y modernos, se cruzan con familias vestidas con kimono; las arquitecturas más futuristas conviven con barrios enteros de casas tradicionales. Éste es, sin duda, uno de los aspectos que más nos fascinan de la obra de Chiho Aoshima: esa confluencia entre la evocación de las tradiciones ancestrales y el imaginario de una joven del siglo XXI. Una unión que se percibe, además, en la técnica empleada. Si bien sus imágenes son creadas mediante ordenador, Chiho Aoshima utiliza también técnicas más antiguas, como lo demuestra su última serie de trabajos, realizados con zumo de palo santo y con pan de oro. En lo que es una recuperación del formato vertical del kakemono, la artista se apropia de un material tradicional: el zumo de palo santo fermentado, que impregna el papel confiriéndole una tonalidad marronosa al tiempo que lo impermeabiliza. En The doll of Otafuku, asocia esa técnica antigua a su estética y a la célebre máscara risueña de Otafuku, símbolo de salud, alegría e inteligencia.

Chiho Aoshima cubre a menudo la totalidad de los espacios expositivos, del suelo al techo, con impresiones digitales gigantes. Últimamente ha realizado una película de animación, cuya proyección se desarrolla en cinco pantallas, y una serie de esculturas de grandes dimensiones. En esta exposición en la Fundació Joan Miró presenta una nueva serie de 12 acuarelas, Chinese Zodiacs, creada especialmente para el ciclo "¡Kawaii! Japón, ahora", junto con otras piezas, entre ellas alguna monumental (impresiones de más de 4 m de anchura), que despliegan toda la complejidad de su universo y sumergen al espectador en un mundo de una extrañeza inquietante y seductora.

Exposición organizada en colaboración con Kaikai Kiki Corporation y con la Galerie Emmanuel Perrotin, París.