Jacqueline Monnier: estrellas

Fechas

Jacqueline Monnier: estrellas

Aprehender lo inalcanzable, pasarlo por el tamiz del sentimiento, la emoción y el recuerdo, jugar así con lo percibido y lo pensado, aunque no comprendido, y configurar algo que en su mismo género solo puede ser poéticamente singular es lo que constituye la epopeya artística de la naturaleza humana y también lo que da sentido y belleza a la relación inescrutable entre el artificio y lo natural. A lo largo de la historia del arte, pese a que una obra es siempre un vehículo de traslación dimensional tanto para quien crea como para quien percibe, hallaríamos ejemplos de creadores que optan por las obras que se explican en sí mismas, mientras que en otros casos los artistas prefieren la inexistencia de límites. Aun así, aunque la apertura resulta primordial, no es habitual que los artistas dialoguen e intervengan con y en los elementos, pues se trata de entidades a la vez potentes y virtuales mucho más asequibles si se tratan como soportes pasivos de referencia.

Color, línea, espacio, tiempo, movimiento y azar establecen el marco de creación de Jacqueline Monnier. Cuando, en sus palabras, esculpe el agua o el aire con líneas y colores puros, nos demuestra hasta qué punto asistir lo aleatorio y jugar con el espacio sin sonrojarse son actos inherentes al arte, y este, en sí mismo, es un juego de libertad en el que lo real se vivifica por la vía de lo imaginario. En su exposición en el Philadelphia Museum of Art en 1981 articulaba en un texto, con gran lucimiento, sus inquietudes respecto a las intuiciones de los maestros históricos del arte contemporáneo. Se refería a la liberación de la conciencia del color a la que había aludido Kazimir Malévich, a la demanda por la posesión total del espacio manifestada con vehemencia por Henri Matisse y a la ignota levitación del hombre aéreo hacia todas y ninguna parte deseada por Yves Klein. Pocas personas habrán vivido como Jacqueline Monnier la personalidad y las obras de los grandes artistas de este siglo de una forma tan cercana e íntima, y tal vez ahí radique la razón de una modestia evidentemente excesiva que se mezcla con su extraordinaria capacidad de percepción poética de lo íntimo, lo efímero y lo descodificado por los discursos culturales. Así pues, no es casual que las composiciones de John Cage o David Tudor se integren fácilmente en sus obras. Estas implican una escala de valores que resulta imprescindible si nuestra civilización ha de mantener la dignidad de sus éxitos y el futuro ha de ser posible.

Gloria Moure