Ramon Roig. Trampas

Fechas
Comisariado
Mònica Regàs
Tiene afición a la piedra La vida en las tierras de secano está regida por la recuperación del agua, alrededor de la cual se articulan la organización del terreno, la arquitectura y las relaciones sociales entre los campesinos, los rebaños, los pájaros y la vegetación. En el paisaje calizo del Maestrat, al que Ramon Roig ha vuelto tras una larga estancia en ultramar, se camuflan unas curiosas construcciones de pared seca: las barracas o chozos, que sirven de cobijo a los pastores, así como construcciones para cazar con trampas de piedra o los armadijos destinados a cazar aves. A sus constructores se les dice a menudo que «tienen afición a la piedra», porque demuestran tener una variedad de recursos técnicos y estéticos que va mucho más allá de la funcionalidad. Que no nos extrañe, pues, que, de estas barracas y trampas de su tierra, el artista haya hecho una síntesis destinada a convertir el Espai 13 en el escenario de una cacería muy particular. En esta primera instalación suya, en vez de dar tres dimensiones a su universo pictórico, en vez de ilustrarlo, el pintor se ha eclipsado momentáneamente para ofrecer a su pandemonio formal personal la posibilidad de volver a nacer, de volver a surgir de la nada. Bueno, de la nada, exactamente, tampoco. La estrategia empleada data del neolítico: el hombre, al acecho dentro de una caseta, aguarda a que el pájaro acuda a beber el agua dispuesta fuera en unas piquetas bajo las que ha disimulado una red. En cuanto el pájaro se pone a beber, el hombre tira de la red, donde el pájaro queda atrapado. En el Espai 13, el agua se ha convertido en tinta china, y la red, una cuerda tensada entre barraca y barraca para expresar la tensión máxima del acecho. Ya sabéis que los utensilios del artista no son los del campesino. Tampoco hay muchos pájaros en el Espai 13. En cambio, sí flotan muchas ideas y se esbozan muchas formas. Las de Ramon, seguro, pero no solo las suyas, sino todas las que provienen de la experimentación sensible de nuestro entorno. Si no nos hacen atrapar gorriones,1 las trampas de Ramon Roig nos invitan a una pequeña incursión dentro de los mecanismos del impulso creativo, este hecho de estar al acecho de las ideas latentes en uno mismo y en el aire, lo de ponerse uno mismo en estado de disponibilidad para recibirlas y, a continuación, entrelazarlas, hacer salir una forma, o, quién sabe, un vacío. La tinta de las piquetas les dará corporeidad, al igual que el calor hacía aparecer el texto escrito con leche en las cartas que el Marqués de Sade enviaba a su mujer desde la Bastilla. Ramon Roig sabe que «solo él tiene la clave de esta parada salvaje»2 que es su mundo interior, y de la que hablaba Rimbaud. Pero de momento ha dejado la puerta abierta… Mónica Regàs 1 Y aprovechamos para quejarnos públicamente de esta grave laguna gastronómica de su instalación. 2 «J’ai seul la clef de cette parade sauvage».