Nos ha tocado vivir en una época en la que hemos dominado muchas enfermedades. Cada vez vivimos más y más años. Enfermedades que hace muy poco tenían terribles consecuencias ahora son casi anécdotas en nuestra vida. Pero el destino se ha encargado de recordarnos que no podemos creernos indestructibles. Un nuevo virus, el del sida, es la causa de un azote dramático. En menos de 15 años, los desconocidos síntomas descritos cuando apareció han pasado a ser la primera causa de muerte entre los jóvenes. El hecho de que la sociedad considere amorales a algunas de las víctimas no ha hecho más que enmascarar una realidad: la plaga nos ha dividido a todos en dos grupos, el de los supervivientes y el de los afectados.
Lille LoCurto y William Outcault vivieron la desgracia muy de cerca. Un amigo suyo moría a causa del virus. No tardaron en informarlos de que, de hecho, los afectados del sida no mueren directamente por el virus, sino que el propio virus, destruyendo el sistema inmunológico, permite la aparición de lo que se llaman enfermedades oportunistas. Se moría, así, por causa de otra enfermedad, que puede no provocar ningún problema a los no afectados por el sida. Ellos se preguntaron por qué no se aislaba a los enfermos dentro de un ambiente sin gérmenes, para salvarlos así de contaminación externa. Creían que, si ponían a su amigo dentro de una burbuja de plástico, podría vivir sin complicaciones. Llegado este punto se dieron cuenta de lo que a todos nos resulta más sorprendente: dentro del cuerpo tenemos una infinidad de virus y bacterias con las que, en un estado saludable, podemos convivir sin demasiados problemas. Poner a un enfermo de sida en un ambiente sin virus no serviría, pues, de nada. El peligro lo llevamos dentro.
Los artistas quisieron imaginarse esta situación: la de una persona aislada del mundo, pero igualmente frágil y débil. Está tan lejos de los mortíferos virus como del cariño de quienes lo rodean. Ni que decir tiene que esa persona puede ser cualquiera de nosotros. Por si nos queda alguna duda, podemos ver nuestra imagen. Nuestra sangre circula por ese cuerpo que aparece en las pantallas. Nuestro corazón suena. Este de la imagen somos nosotros y, también, somos todos.
Los cuerpos exquisitos que vemos en el Espai 13 somos, como ya estamos acostumbrados en Anatomies de l’ànima (Anatomías del alma), los propios espectadores. Esta vez, sin embargo, el cuerpo humano se vuelve muy delicado. Tan frágil como la respiración de los bean boys, los niños judía que viven en las paredes del espacio durante la exposición.
LoCurto/Outcault son marido y mujer y trabajan juntos desde 1991. Self-Portrait fue su primera obra en colaboración. Este trabajo en común les da la oportunidad de tratar con tecnologías que, por su complejidad, no tendrían a su alcance como individuos. Ellos creen que trabajar juntos les permite utilizar un nuevo sistema de toma de decisiones. Este proceso resulta muy creativo, porque las ideas nunca están en reposo: uno u otro las trabajan siempre. Así es como este proceso es el verdadero autor de las piezas, que son de ambos y de ninguno de ellos a la vez.
Ferran Barenblit |