Volar sobre el agua. La aventura de Icaro. Una exposición de Peter Greenaway

Fechas

Volar sobre el agua. La aventura de Ícaro. Una exposición de Peter Greenaway

Dédalo, cansado del cautiverio en la isla de Creta, reunió plumas y cera suficientes para fabricar cuatro alas: dos para él y dos para su hijo Ícaro. Advirtió a su hijo que no volara demasiado alto –porque el sol podía chamuscarle las plumas– ni demasiado bajo –porque podían mojarse con el agua del mar y perder ligereza. Ícaro, alentado por la inesperada libertad de poder volar, no hizo caso de la advertencia de su padre. Voló excesivamente alto, el sol derritió la cera que sostenía las plumas de sus alas y él se cayó de cabeza en el mar Egeo desde gran altura.

Ícaro fue el primer hombre que consiguió volar, pero también el primero que perdió la vida en ello. Representa el sueño del vuelo personalizado, un sueño presente en las culturas de todos los tiempos. En él están escritas las esperanzas de Leonardo, las experiencias de Montgolfier con su globo, los éxitos de los hermanos Wright, de Blériot, Lindbergh, Amy Johnson y Gagarin. En él están representadas todas las desgracias y desastres aéreos, desde el sastre vienés Reichelt, que saltó desde lo alto de la torre Eiffel con una chaqueta voladora cosida a mano, hasta la muerte de Glenn Miller y Buddy Holly en unos inexplicados accidentes de aviación. Volar es una ambición que denota una impúdica y extrema arrogancia, un sueño que nunca va a hacerse realidad satisfactoriamente. Ni los aviones, ni los helicópteros, ni el vuelo delta ni los cohetes espaciales serán jamás autosuficientes: todos requieren una maquinaria para poder volar, y están condenados a aterrizar tarde o temprano. Lo que nosotros deseamos es el vuelo personalizado, con alas en los hombros o los tobillos. Levitación personal. Aeronáutica de Superman. Volar como una golondrina, como un albatros o un colibrí, liberarnos de la gravedad y poder nadar por los aires. Volar entre las paredes de nuestra casa, volar cuando nos apetezca, cualquier día soleado, de París a Nueva York, elevarnos personalmente hasta los 10.000 metros y bajar en picado, sin riesgo alguno, hasta unos pocos centímetros del mar. Imposible. Eso no va a pasar. Es el gran sueño que sabemos que jamás se hará realidad, pero no dejamos de soñarlo. Ha estado presente desde hace mucho tiempo en la fantasía cinematográfica. Fantomas, Tarzán, Superman, Flash Gordon, Batman. En el cine, el truco está en filmar al volador en posición estática y hacer que el mundo se mueva detrás de él. Pero eso no es suficiente.

A la búsqueda de ese sueño imposible, esta exposición en la Fundació Joan Miró reflexiona irónicamente, a través de una generosa percepción retrospectiva, sobre el primer mito volador: el mito de Ícaro. ¿Qué tipo de hombre era Ícaro? ¿Podemos imaginárnoslo con un físico musculoso, maratoniano, o bien con un cuerpo anoréxico que se esfuerza en ser más ligero que el aire? ¿Qué tipo de plumas utilizó? ¿En qué tipo de agua se ahogó? ¿Cómo fue su zambullida final en el mar Egeo?

Usando un vocabulario de textos, luz, sonido, movimiento y puesta en escena prestados del cine, el cineasta inglés Peter Greenaway ha realizado una exposición con treinta ilustraciones que ofrecen, de forma continuada, candidatos reales a asumir el rol de Ícaro, chorros de agua interminables para su contemplación, el ataúd de Ícaro, faros de navegación, baños purificadores, posibles vuelos arqueológicos, cera, plumas, huevos y zambullidas. Y en la optimista creencia de que Ícaro sigue vivo, se han dispuesto un marco de bienvenida y una pista de aterrizaje para que regrese a la Tierra en Barcelona entre el 6 de marzo y el 25 de mayo de 1997, tres mil años después de haber despegado de la isla de Creta, en el año 1003 aC.