Si alguna vez habéis mirado desde la ventana de un avión, os habréis dado cuenta de que, incluso desde el aire, podemos distinguir unos lugares de otros. Desde tan arriba, las formas pierden su sentido. Cuando todo parece plano y solo se destacan las montañas más altas, podemos admirar lo que desde abajo no distinguimos con tanta claridad: el impresionante cromatismo. Vivimos en un mundo en el que cada lugar tiene su color.
Los ojos de Jackie Brookner no necesitan subir a ningún avión para admirarlo. Ella está acostumbrada a observar los paisajes con una mirada distinta. La primera sustancia de su obra es material: la tierra que ha visto nacer y crecer a sus personajes. Es un elemento orgánico y corpóreo. Para ella, la tierra es bastante más que la superficie en la que vivimos. Es la materia prima de su creación, el componente informe de sus obras. Así es como la escultora ha recorrido gran parte de España explorando su extensión con otros ojos. Los de la escultora fueron más importantes que los de la viajera. Podemos ver cómo las tierras que ha escogido son muy distintas: desigual color, tacto, apariencia… Quizás nunca habíamos pensado en tanta variedad. Sin embargo, en su obra hay otra sustancia, y es intangible: se trata de los sonidos de las hablas en las que los personajes dialogan. Es un componente abstracto, que solo forma parte de la instalación del Espai 13 en forma de grabación. Ante la aparente atemporalidad de las formas de barro, los sonidos son testigos huidizos de ideas más inconcretas, pero muy sugerentes.
La cotidianidad de estos dos elementos hace que a menudo nos olvidemos de su importancia. Brookner quiere atarlos, encontrar el punto en el que se unen. Para la escultora, este punto es la forma anatómica de la lengua, un músculo húmedo y escondido sin el que no podríamos diferenciarnos de otros animales. La lengua es un órgano singular. Nos permite hacer lo más primario, probar y comer, a la vez que lo más sublime, hablar y, por lo tanto, razonar.
Cuando Brookner se planteó realizar una instalación para la Fundació Joan Miró, situada en una ciudad donde se hablan habitualmente dos lenguas, ya intuyó que se encontraría ante un reto. Conociendo la compleja historia del catalán y el español, quiso destacar su relación y el origen común que tienen en algo muy primordial, la lengua básica, la que nos ayuda a describir y vivir en el mundo.
Ferran Barenblit |