Javier Arce
El ornamento de las masas: rojo, blanco y azul
¿Cuántas personas acuden cada día al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, a la Tate Modern, al Centro Georges Pompidou o a la Fundació Joan Miró? ¿Cuántas de estas personas salen de las tiendas de estos museos y centros de arte con cualquier tipo de recuerdo con un estampado de alguna de las obras más famosas expuestas o conservadas allí y que son parte del discurso establecido en la historia del arte? En ocasiones, se trata incluso de los mismos objetos con la impresión del logotipo del museo o la firma del artista estrella; el caso de Miró es de los más profusamente utilizados, hasta producirse en los años ochenta una especie de plaga de logotipos mironianos, muchos de ellos solo inspirados en él o simplemente burdos plagios. A partir de preguntas como estas, Javier Arce va transitando por las fronteras del arte, y busca unos límites que acoten la definición de su naturaleza. Para ello intenta tensar el espacio de lo artísticamente posible hasta aquellos territorios en los que el arte en mayúsculas, como expresión de la alta cultura, se contamina de las manifestaciones de la cultura popular. Lo que intenta cuestionar, casi siempre de forma irónica, son estas barreras, lo convencional y construido de ese registro o tono elevado que se atribuye como propio el discurso artístico instituido para marcar la diferencia respecto de las demás prácticas significativas de carácter masivo.
Con esta nueva propuesta para el Espai 13 de la Fundació Miró, el artista ha querido reflexionar sobre el uso y abuso de las imágenes de la obra de arte, para diluir los límites entre cultura de élite y cultura de masas, transgredir las fronteras establecidas entre arte y vida. Se trata de una instalación integrada por dos trabajos que parten del gesto seminal de Andy Warhol con su Brillo Box en el Stable Gallery de Nueva York en 1964, para atravesar, según Arthur C. Danto, la división de la historia, y mostró que no es posible distinguir las obras de arte y los objetos reales tan solo con la vista e inaugurando una nueva etapa del arte contemporáneo tras el fin del arte en la que todo parece posible y el artista se ha abierto al pluralismo.
La sala ha sido ocupada por una acumulación de dibujos tridimensionales que representan la caja Brillo, pintados con rotulador en papeles que no se rasgan y convertidos cada uno en un recipiente; de este modo, el orden y la limpieza de la instalación original se convierten en una acumulación de desechos artísticos. Además, se integran en la sala varias proyecciones del registro fotográfico de una serie de acciones realizadas por Javier Arce en estos últimos meses, que han consistido en «abandonar», junto con el resto de los productos y recuerdos que se comercializan en dichas tiendas, obras originales de la serie Estrujados (Brillo Box). Puede que Warhol hubiera acertado pronosticando que todo museo acabaría convirtiéndose en un supermercado. Vemos a la cajera intentando encontrar el código de barras del estrujado que alguien quiere comprar, un visitante que reconoce satisfecho la pequeña y arrugada caja Brillo o que la observa intrigado, incluso el frustrado comprador que decide finalmente llevársela sabiendo que nadie pondrá reclamación a su acción. |