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Vanguardia rusa, 1910-1930. Museo y Colección Ludwig
La historia del arte entre los años 1910 y 1930 es la historia de la gran aventura del arte del siglo xx. En esas dos décadas parecen haberse pensado y preconcebido todas las renovaciones y sorpresas que hemos vivido en el campo del arte durante los últimos cincuenta años. En esas dos épocas parece haberse producido una concentración de fuerzas espirituales e intelectuales que, a su vez, vendrían a determinar una insólita integración de las artes plásticas con la política, las letras, la música y el diseño. Solo ahora empezamos a ser conscientes, poco a poco, de todos los avances revolucionarios experimentados por nosotros desde los años sesenta que se remiten a ideas y concepciones de la vanguardia rusa.
Los artistas rusos también osaron llegar hasta líneas extremas, fronterizas, que más tarde, en los años cincuenta y sesenta, serían formuladas de nuevo por los pintores estadounidenses de lo sublime, de Barnett Newman a Ad Reinhardt.
Cierto es que los ejemplos aquí propuestos son los mensajes que más llaman la atención de este sorprendente panorama artístico. Pero son solo la parte emergente de todo un proceso evolutivo iniciado en Rusia ya antes de la Revolución y que incorpora en el corazón de la vanguardia europea una voz diferente e importante. El contacto directo con el escenario artístico de París y el encuentro con el fauvismo, el cubismo y el futurismo italiano resultaron estímulos evidentes, pero fueron también una piedra de toque que serviría para indagar en la situación propia y rastrear el curso de las raíces últimas del arte.
Obras importantes de N. Goncharova, M. Lariónov, A. Lentúlov, etc., marcan la contribución del neoprimitivismo al arte ruso, tal y como esas obras fueron presentadas en la exposición La cola de asno, de 1910 a 1912. El encuentro con las teorías del futurismo italiano, según su formulación por parte de Marinetti ya en 1913, dio lugar al Manifiesto rayonista, que Lariónov publicó el mismo año con motivo de la exposición El blanco de tiro. El cubismo era muy conocido entre aquellos artistas: debatían acerca de él y analizaban sus obras. De todas estas tendencias surgió un estilo propio, inconfundible y vital: el cubofuturismo. Obras extraordinarias documentan en la Colección Ludwig ese estadio de la evolución general: por ejemplo, cuadros conocidos de L. Popova y A. Ekster, piezas de una excelente calidad. Aquí hay que hacer hincapié, sobre todo, en el importante rol que L. Popova y A. Ekster desempeñaron en el ámbito del arte ruso, antes y después de la Revolución.
Por otra parte, sorprende la destacada posición que desde principios de siglo ocupan las mujeres en el desarrollo del arte ruso. Casi sin dar crédito a los hechos, consideremos la larga lista de nombres y obras: Ksenia Ender, Vera Yermoláyeva, Aleksandra Ekster, Natalia Goncharova, Yelena Guró, Nina Kogan, Valentina Kulagina, Natalia Yureva, Liubov Popova, Olga Rózanova, Varvara Stepánova o Nadezhda Udaltsova. Y estos son solo los nombres principales. Algunas fueron esposas o compañeras de otros artistas, pero su obra y su círculo de influencia nunca estuvieron a la sombra de ellos. Ellas, justo es decirlo, desplegaron libremente su creación y ocuparon importantes cargos y categorías oficiales como profesoras en escuelas de arte y academias, e incluso como directoras de centros docentes recién fundados. El arte no fue para ellas una actividad de salón y ocupación de su tiempo ocioso, sino auténtica profesión y vocación.
Tal y como puede deducirse de estas pocas anotaciones, la evolución no se produjo en Rusia de forma rectilínea. Hubo siempre superposiciones, diferencias temporales, repeticiones, distintas corrientes estilísticas que se mantuvieron unas junto a otras; sucedió, pues, que la formulación del suprematismo hecha por Malévich, tan importante para todo el arte del siglo xx y tan emergente por encima de otras tendencias, no fue tampoco un punto final, sino una de las muchas posibilidades artísticas existentes. Un artista llegaba aquí a una situación límite. Aún más: abría a la vez los caminos a muchas posibilidades del arte abstracto que serían formuladas más adelante. El suprematismo de Malévich no solo inauguró la dimensión filosófica del arte, sino que también posibilitó la ulterior evolución posrevolucionaria de un arte constructivo y utilitarista: aquel que, de una forma ejemplar, surgiría con el constructivismo de A. Ródchenko y V. Stepánova.
Tras la Revolución, el arte soviético estableció normas que hoy en día siguen siendo válidas en la tipografía, la fotografía, el diseño o la configuración de carteles. Se experimentó la felicidad de conseguir, finalmente, que las muchas ideas experimentales de tipo revolucionario se pusieran al servicio de un arte que sería utilizado. Ahora, uno ya no se conformaba con esculturas, objetos bellos o cuadros; por el contrario, se sentía feliz creando telas, muebles, porcelana y objetos de utilidad cotidiana, diseñando edificios dentro del espíritu de la Revolución o proyectando proclamas, manifiestos, carteles y otro material escrito. Los artistas se ocupaban en trabajos de arquitectura, en creación de maquinaria y en producción en masa. El arte parecía abarcar todos los campos de la vida social, desde las marchas y desfiladas políticas hasta las representaciones teatrales y el cine. Resumiendo y abstrayendo lo substancial, puede decirse que en las dos décadas que comprende este periodo, antes y después de la Revolución rusa, se creó una obra de arte total, de tipo artístico y social a la vez y de cuño propio y singularísimo. La Colección Ludwig constituye una importante contribución en el intento de investigar las huellas de esa obra de arte total y reconstruirla, aunque sea parcialmente.
Evelyn Weiss
