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Joan Brossa o las palabras son las cosas
Pensar con los ojos
Joan Brossa es un poeta que a menudo trata palabras y frases como si fueran objetos. Resulta coherente, pues, que también trate objetos como si fueran palabras o frases.
Esa reciprocidad explica su señalado interés por el espectáculo, el teatro, el circo, el mimo, el music-hall, la prestidigitación, las marionetas, etc., donde abundan tanto las imágenes verbales como la literatura sin palabras.
El espectáculo que le gusta es el tradicional, el establecido, aquel que tiene unas fórmulas popularmente asumidas que, cual rituales, poseen una potencialidad mágica.
El payaso puede conmovernos a través de gestos, vestidos, actitudes totalmente codificados, como la marioneta con sus tipologías establecidas.
Brossa nos ha ofrecido a menudo un teatro con montajes de frases hechas, auténticos ready-made, pues sabe que es muy sano demostrar que la capacidad comunicadora y emotiva del arte no radica en la ridícula pretensión de crear sus elementos. Como el mejor de los jardineros, que no pretende haber inventado el césped ni las rosas. Mal vamos si son artificiales.
Al igual que el equilibrista o Augusto, se complace en ser fiel a un mundo visual paleotécnico, pasado de moda, estadizo o declassé, como el de los viejos autómatas o el attrezzo de los ilusionistas.
En los poemas visuales, no juega con imágenes «modernas». Su mundo es el del mapa o los rudimentos escolares, los naipes, el juego de damas, el viejo grabado al acero, el sobre convencional, el paraguas, etc.
Así, aceptando imágenes ready-made, salta por encima de las pretensiones de «creatividad» y se dirige hacia la idea sin intervenir en las formas.
Por otra parte, la elección de parejas de imágenes encontradas hace hincapié en el hecho —en desprestigio de la imagen— de que el arte nunca dice aquello que representa. Brossa representa sin intervenir en la representación, porque sabe que lo que dice es otra cosa, precisamente algo invisible que nace de una profunda lectura hecha encima de la relación entre una imagen y otra.
Llegar así a la idea del poema constituye una operación más limpia que llegar a ella a través de las formas tradicionales de arte, precisamente por haber elegido una iconografía vulgar que, por el mero hecho de serlo, asume la categoría de signo convencional.
Esa elección salva sus poemas visuales del peligro que denuncia Kossuth cuando dice que la forma suele ensuciar las ideas.
Alexandre Cirici
Octubre de 1979
