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Sergio Vila-Sanjuán, escritor, periodista y comisario del Año del Libro y la Lectura 2005, expone su punto de vista sobre los vínculos entre el mundo del libro y el mundo del arte, en un artículo de la revista Carnet, que recuperamos con motivo de la Diada de Sant Jordi.

Correspondencias culturales

El arte en el libro

  1. Como nos recuerdan Ingo F. Walther y Norbert Wolf, los manuscritos iluminados medievales, con su riqueza cromática y su precisión de detalles, con lo que podríamos denominar su gran majestuosidad y nobleza, suscitan una fascinación creciente en el observador actual. En los últimos quince años, importantes exposiciones de estas piezas celebradas en ciudades como Nueva York, Londres, Viena, Milán o Heidelberg han atraído a cientos de miles de visitantes.

Codex Aureus de Lorsch. CristianChirita, Wikimedia Commons.

Sus propios títulos ya resultan tremendamente evocadores: los Evangelios de la coronación de Aquisgrán, el Salterio de Utrecht, el Codex Aureus, el Sacramentario de Berthold, el Libro de Cetrería de Federico II y Las muy ricas horas del Duque de Berry son algunos de los más destacados. La editorial Taschen les ha consagrado recientemente un completo y recomendable volumen: Codices ilustres. Los manuscritos iluminados más bellos del mundo. Desde 400 a 1600, a cargo de los citados Walther y Wolf, en el que podemos contemplar con gran detalle el virtuosismo de los miniaturistas e iluminadores en la creación de escenas sagradas, pero también de corte o de vida cotidiana, que reflejan y apoyan lo que los textos cuentan. De todas estas obras arranca el concepto de libro ilustrado, que se mantendrá, con muchos matices diferentes, hasta nuestros días.

  Novela romántica, Santiago Rusiñol, 1894. Museu Nacional d’Art de Catalunya.

El libro en el arte

  1. También desde fechas muy tempranas el arte recrea la imagen del objeto libro. La antigüedad helénico-romana ya proporciona imágenes de personas leyendo. Pero es sobre todo también en la Edad Media cuando los libros pasan a ocupan un lugar de honor en la iconografía. La señalización de los fondos del Museu Nacional d’Art de Catalunya que ha realizado Narcís Comadira bajo el título de La paraula figurada y el catálogo que recoge su selección plasma perfectamente este fenómeno. Jesucristo en majestad enarbolando el Libro de la Vida en el ábside de la Seu d’Urgell como símbolo de lo sagrado; San Mateo escribiendo, en el ábside de Pedret; San Jerónimo entre libros y objetos de escritura, pintado por Jaume Ferrer… Y también el notario lector de Quentin de la Tour, el lector dormilón de Ramon Martí Alsina, el retrato del crítico Casellas trabajando en su escritorio a cargo de Lluís Graner o la joven burguesa que lee una novela romántica junto a la chimenea plasmada por Santiago Rusiñol. La del libro, pues, es una imagen recurrente en arte occidental, que la va cargando de sentidos diferentes a lo largo de los tiempos: sentido sagrado, sentido de individualidad, de estatus social, de intereses de género, etcétera.

Maqueta de Parler seul, obra de poemas de Tristan Tzara ilustrados por Joan Miró. 1948-1950.

Miró, los libros y el arte

Desde principios del siglo XX, la eclosión de las vanguardias genera un fenómeno nuevo hasta entonces: escritores y artistas plásticos conviven en calidad de iguales en grupos que comparten una serie de conceptos culturales, y de esta colaboración surgen unos libros de artista que van mucho más allá del concepto tradicional de libro ilustrado. Los responsables de la exposición Joan Miró: arquitectura de un libro nos recuerdan que Miró ilustró poemas, entre otros, de Tristan Tzara, Paul Eluard, Joan Brossa y Rafael Alberti, pero sobre todo nos recuerdan que el artista “concebía pintura y poseía como un conjunto indisoluble, y trató de materializar esta aspiración a través de la bibliofilia”. A través de dibujos, maquetas, planchas, de los propios libros; de la correspondencia de Miró con escritores y con editores, de su trabajo también con obras clásicas, podemos percibir este espíritu de renovación con que el artista catalán, junto con algunos de sus contemporáneos (entre los que destaca muy especialmente Picasso), renovarían radicalmente las tradiciones del arte en el libro y el libro en el arte. El libro ya no ilustra el texto, sino que crea en igualdad de condiciones con él; ya no representa ni es representado, sino que se propone como un objeto de arte en sí mismo. Las consecuencias de esta nueva visión llegan hasta nuestros días.

 

Sergio Vila-Sanjuán
Comisario del Año del Libro y la Lectura 2005

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